Dejando huella
Siendo como es la especie humana una especie curiosa, no cuesta imaginar que desde hace cientos de miles de años la impronta de nuestros dedos en el barro, las manchas en las rocas o la pintura del pringue y de la sangre en cualquier superficie haya llamado nuestra atención. La evidencia de que aquellas marcas eran todas parecidas, pero diferentes, tuvo que hacer reflexionar de algún modo a nuestros ancestros.
Decenas de milenios atrás unas manos impregnadas de ocres dejaban su marca en las paredes de las cuevas. Probablemente alguno de aquellos individuos se quedaría observando con interés como unos pequeños surcos en la zona de las yemas de los dedos aparecían distinguiéndose de los de la mano adyacente añadiendo a su forma, postura y tamaño otro rasgo diferenciador que les singularizaba. Es posible que comenzaran a firmarse así, con estas marcas, los primeros trofeos, los antiquísimos contratos, las primitivas obras de arte... Pero el paso del tiempo borró aquellas rúbricas tan endebles.
La evidencia de la singularidad dactilar en la Historia Antigua.
Ya entrados en la Historia, los hombres establecieron sistemas de identificación para diferenciarse unos de otros. La impresión de dedos sobre arcilla en la antigua Persia, o en cerámicas en China y Japón; prueban el uso de estas firmas dactilares desde épocas muy remotas. El uso de las impresiones de las crestas de fricción de la piel como medio de identificación ha existido desde hace miles de años y se ha utilizado en varias culturas. Su uso está probado 300 aC en China como prueba de identidad de una persona. Quizás como en Japón ya en el año 702 dC, y en los Estados Unidos desde 1902 dC.
Desde el 221 aC a 1637 dC, los chinos fueron la primera cultura que se conoce en haber utilizado impresiones dactilares como medio de identificación. La primera referencia escrita aparece en un documento chino que se titula “The Volume of Crime Scene Investigation – Burglary”, de la Dinastía Qin (221-206 aC). En ella se explica el uso de las huellas de las manos como un tipo de evidencia (Xiang-Xin y Chun-Ge, 1988, pág. 283).
Durante los Qin a través de Dinastías Han del Este (221 AC a 220 DC), el ejemplo más frecuente de la individualización mediante crestas de fricción fue el sello de arcilla. Estos documentos consistían en trozos o páginas de bambú que se enrollaban con fijaciones de cuerda. Las cuerdas eran selladas con arcilla (Xiang-Xin y Chun-Ge, 1988, pág. 277-278). A un lado de la junta (a modo de lacre) estaría grabado el nombre del autor, generalmente en la forma de sello, y por otro lado la impresión de la huella dactilar del autor. Este sello se utilizaba para mostrar la autoría y evitar la manipulación previa a fin de que el documento llegara intacto al lector destinado.
Tras la invención china del papel en el año 105 dC, se hizo común firmar documentos tintando los dedos y aplicando la marca dactilar. Era una práctica habitual en China colocar una impresión – ya sea mediante las marcas de las palmas o las falanges, o las huellas dactilares de las yemas– en todos los documentos de tipo contrato (Xiang-Xin y Chun-Ge, 1988, pág. 282-284). Su uso continuó en la Dinastía Tang (617-907 dC), como se aprecia en contratos inmobiliarios, testamentos y listados del ejército. Se puede postular que, mediante el comercio con distintas naciones de Asia, otros países pudieron haber adoptado la práctica. En Japón, por ejemplo, una “Ley Interna” promulgada en 702 dC requiere lo siguiente: “En caso de que un esposo no pudiera escribir, le permitirán contratar a otro hombre para que escribiera el documento y después del nombre del esposo, firmará con su propio dedo índice” (Ashbaugh, 1999, pág. 17-18; Lambourne, 1984, pág. 24).
Por otra parte, registros antiguos de Persia del siglo XIV informan que un funcionario del gobierno, un médico, hizo un descubrimiento importante. A saber, ¡Observó que no había dos huellas dactilares exactamente iguales! Como vemos, la conciencia de la singularidad de cada huella humana no es un descubrimiento extraordinario.
También, en India, hay referencias de su uso por parte de la nobleza mediante estampación de huella de la piel como firma. En el año 1637 dC, las fuerzas conjuntas de Shah Jahan y Adil Khan, bajo el mando de Khan Zaman Bahadur, invadieron el campamento de Shahuji Bhosle, gobernante de Pona (Maharashtra en la actualidad). Shahuji solicitó un tratado de paz por escrito... estampado con la impresión de la mano. (Sodhi y Kaur, 2003a, pág. 126-136).
Su uso policial en la Edad Moderna
Hay constancia, en 1858, de que se habían hecho investigaciones en cuanto a la importancia de registrar la singularidad dactilar por parte del británico William J. Herschel, administrador del distrito de Hooghly, en Bengala, India (entonces parte del Imperio británico). Este alto funcionario descubrió la singularidad de las huellas casi por casualidad y la utilizó como prueba ante los nativos cuando firmaban contratos con la Administración británica. Herschel descubrió su importancia como medio de identificación, con aplicaciones prácticas, como impedir el pago de pensiones a impostores en su distrito.
Pero su descubrimiento como método policial le corresponde al policía de la Sureté francesa Alphonse Bertillón, que inició sus trabajos en 1879, y se reconocen oficialmente en 1884, aplicándose desde 1885 en los centros penitenciarios de Francia. No apreciado en su momento por sus superiores, no fue hasta 1880, que despertaron interés al aparecer en la revista científica Nature un artículo de Henry Faulds, especialista en cirugía, que describía la potencialidad de las huellas como herramienta de identificación en las investigaciones criminales.
Sin embargo, ninguno de los dos pasó a la historia, sino un tercero y un cuarto. El tercero fue Francis Galton, médico antropólogo y estadístico y primo del famoso Charles Darwin. La gran aportación de Galton fue su clasificación de tres aspectos de las huellas dactilares: arco, lazos y vertical, junto a los denominados «accidentales». El primo de Darwin publicó en 1892 sus hallazgos en su libro «Fingerprints» (Huellas dactilares), que afortunadamente cayó en manos del irlandés Edward Henry, entonces inspector general de la Policía de Bengala.
Edward Henry fue la última pieza, el «cuarto hombre» que convirtió la dactiloscopia en un sistema eficaz de identificación. Este propuso un sistema de clasificación que permitía el archivo de huellas indubitadas y su comparación con las huellas objetivo de investigación de una forma relativamente fácil.
En 1982, se cometió en Buenos Aires, Argentina, un sangriento asesinato. Los dos hijos de Francisca Rojas habían sido asesinados y la misma Rojas tenía una herida en la garganta. Francisca acusó a un hombre llamado Velásquez del crimen. Pese a que la policía detuvo y golpeó brutalmente a Velásquez, no lograron arrancarle una confesión. Llamaron entonces al Inspector Eduardo Álvarez, de La Plata, para llevar a cabo una investigación a fondo. El Inspector Álvarez, examinando la escena del crimen, encontró una huella dactilar ensangrentada en la puerta. Cotejada con los diversos sospechosos se encontró que coincidía con la de Francisca Rojas. Cuando fue confrontada en su presencia, Francisca confesó los asesinatos (New Scotland Yard, 1990, pág. 8-9; Beavan, 2001, pág. 114-116).
Evolución y propósito de las huellas dactilares.
El dibujo en la yema de nuestros dedos no es fruto de nuestra infancia y vivencias, sino que se genera mientras estamos en el vientre de nuestra madre entre el 2º y el 6º mes de gestación. Su formación obedece a que las capas de piel de las yemas se desarrollan a distinta velocidad. Así, la capa media, situada entre la externa y la interna, crece más rápido que las anteriores y genera las crestas capilares, o sea, las huellas. Estas también se ven determinadas por la relación del feto con lo que lo rodea, qué toca durante su desarrollo, y por el líquido amniótico.
Las crestas digitales se producen en un área de la piel en la que no se forman folículos pilosos. Las proliferaciones de células epidérmicas, por tanto, forman resaltes en la superficie de la piel sin reclutar células dérmicas. La formación de estas proliferaciones está regulada por dos moléculas señalizadoras, pertenecientes, respectivamente a las familias Wnt y BMP (Figura 2). Wnt actúa como activador de sí misma y de otras moléculas, como el propio BMP y el EDAR o receptor de la ectodisplasina, una proteína esencial para el correcto desarrollo de la piel y sus estructuras derivadas. Wnt también estimula la proliferación de la epidermis. Al mismo tiempo, BMP actúa como inhibidor de Wnt. El proceso comienza en tres áreas de la yema del dedo embrionario, el margen, la base y el centro (Figura 2). Desde ahí se forman ondas de proliferación que confluyen y se interfieren dando lugar a formas necesariamente aleatorias por lo impredecible del proceso. Esta es la razón por la que no puede haber dos huellas dactilares iguales.
Pese a lo que sugieren películas y telefilms, las huellas o se pueden borrar de forma definitiva quemándolas. En algunas películas de espías hemos visto como los protagonistas intentaban eliminar sus huellas dactilares quemando sus yemas con fuego o químicamente, con ácido. Sin embargo, no se trata de una solución permanente. Con el paso del tiempo, al regenerarse la piel, las huellas vuelven a aparecer.
La utilidad evolutiva de las huellas en realidad, antes de su importancia singularizadora con que las usamos en la actualidad, estriba en en su capacidad para aumentar la adherencia. David Hepburn de la Universidad de Edimburgo, Escocia, fue el primero en reconocer que las crestas de fricción ayudan a sujetar al aumentar el nivel de fricción entre las crestas y el objeto captado.
Aunque no es algo imposible, son muy pocos los casos de personas que no cuentan con huellas dactilare. Esta condición se llama adermatoglifia y afecta únicamente a 4 familias en el mundo. Al parecer, está relacionada con una mutación en un fenotipo en el cromosona 4q22, que afecta a una proteína propia de la piel.
La dactilografía como detective de la historia.
El estudio de las huellas dactilares asumen hoy en día un papel determinante como detectives de la historia. Es posible que puedan responder algún día con precisión a una pregunta que muchos nos hemos planteado ¿Los pintores de Altamira eran hombres o mujeres? (véase "El abrigo de los machos" -sin ironía, pura coincidencia-) o, ¿eran realmente alfarer@s? Igualmente las huellas en vajillas, o ladrillos (Mesopotamia, por ejemplo) pueden arrojar mucha luz sobre la forma de vida en aquellos tiempos.
La determinación de sexo y edad puede realizarse gracias a la anchura de la cresta epidérmica. Las crestas epidérmicas van aumentando su tamaño a medida que aumenta el tamaño de la mano, el cual se estabiliza en la edad adulta. Gracias a esta característica, este parámetro es un buen indicador de la edad desde el nacimiento hasta la madurez (cuando la mano deja de crecer) y del sexo en la edad adulta (puesto que, en general, las manos masculinas son más grandes que las femeninas).
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