En la inmensa llanura de Irak los arqueólogos miran la colina. Ese montón de tierra imposible en medio del horizonte, significa necesariamente una ciudad enterrada. La lenta e inexorable acción de los elementos hubiera arrasado cualquier elevación natural hace tiempo. Sólo la presencia de una ciudad elevada artificialmente hace algunos miles de años, aún no habría tenido tiempo de descomponerse totalmente.
- Hay una ciudad ahí, seguro.
Y el equipo escava pacientemente en la colina, quitando toneladas de arcilla molida, apartando ladrillos cocidos, conservando cuidadosamente restos cerámicos, atesorando las pequeñas tablillas de arcilla que aparecen amontonadas...
Aún pueden verse las huellas del alquitrán adherido a los muros en la parte baja, para evitar las humedades. Los pozos naturales del aceite de piedra abastecían de pez a muchas naciones. Pero también servían para calafaterar los muros, los canales y las terrazas... eso permitía cultivar plantas en los tejados aportando frescor belleza a sus edificios. Aunque la mayor parte se la llevaban los centenares de hornos con que cocían los ladrillos, los recipientes de cerámica y las tablillas de los escribas.
Cuesta imaginar en el terreno reseco el horizonte feraz de la antigua Babilonia. Los sauces (sauces llorones, precisamente) del Éufrates que dieron sombra a los israelitas en su llegada desde el obligado destierro que les impuso Nabucodonosor II. No quedan ni las sombras de la inmensa red de canales que cubría el territorio. La Biblia, en la bella Balada del Desterrado, nos muestra a los apasionados judíos negándose a cantar ante el pueblo opresor pero entre líneas se adivina su admiración por aquella nación grandiosa y lo que se propone como un canto de indignación y de venganza es una prueba en realidad de un trato mucho más humanitario y civilizado del que intentan transmitir: "les piden", no les obligan; "se sientan a descansar bajo los sauces del río", luego no son tan inhumanos; les permiten "llevar sus cítaras con ellas", no les roban sus posesiones... De hecho, durante este tiempo los judíos prosperaron en Babilonia alcanzando altas posiciones entre los mesopotámicos (así lo atestiguan los libros de Daniel y Ester). Al cabo de algunas generaciones (49 años) después el conquistador persa de Babilonia, Ciro, les permiterá volver.
Hoy en día, se dispone de pruebas suficientes como para afirmar que los judíos recibiron una influencia del "Inperio" que cambió su concepción del mundo: muchos de los textos bíblicos se escribieron entonces y es irrefutable la influencia de los textos y leyendas babilónicas (el diluvio, Noé, la historia de Moisés, el Paraíso, la creación de Adan y Eva...). Cuanto más se investiga, más pruebas se acumulan en este aspecto. Las tablillas que van apareciendo han de producir sensaciones ambivalentes a los padres de la Iglesia Católica: por un lado certifican ciertos pasajes descritos en la Biblia y, por otro, prueban que muchos textos sagrados tienen una clara influencia de los textos babilónicos negando así la revelación por Dios al pueblo elegido de esos secretos.
Mesopotamia me fue revelada en época tardía. No solo porque el contenido de sus miles de tablillas aún no se habían traducido en mi niñez (por lo que su estudio se hacía muy someramente) sino porque probablemente aún no habían sido desenterradas muchas de ellas. Además ¿Le interesaba a la iglesia publicitar que muchos de los textos sagrados estaban influenciados, a veces incluso copiados, de antiguas leyendas escritas miles de años antes por los sumerios?
Actualmente se conservan en los museos de todo el mundo unas 120000 tablillas (la mitad ya están disponibles digitalizadas en internet). Hacia el 2700 a.C. ya había en el Sumer grandes bibliotecas. En las de Babilonia las tablillas estaban clasificadas en tinajas colocadas en anaqueles. Cada tablilla tenía indicado en el borde a qué tratado pertenecía. De las ruinas de Nínive se exhumaron, en 1872, más de 30.000 tablillas, de las que todavía no se ha descifrado la mitad. Son obras de medicina, astronomía, matemáticas, historia, diccionarios, poemas, etc., que integraron la biblioteca de Asurbanipal (669 – 626 a.C.). A mediados de siglo XIX los arqueólogos descubrieron la antigua capital Asiria de Nínive (hasta entonces sólo conocida por el Antiguo Testamento) y hallaron en las ruinas del palacio de Assurbanipal una biblioteca con los restos de alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas.
Muchas de las tablillas tenían función administrativa: recibos de pago de impustos, tratos comerciales, inventarios... pero, además, existe una variedad de temas científicos (matemáticas, astronomía, medicina...) e histórico-religiosos. Algunas de las traducciones realizadas de los mismos atribuyen la aparición del hombre a la influencia de de seres superiores (anunakis) o dioses venidos de un planeta extrasolar (Niburu). Los sumerios fueron los primeros en plasmar por escrito los anales y relatos de estos dioses y hombres, de los cuales, todos los demás pueblos incluidos los hebreos, obtuvieron los relatos de la Creación, Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio Universal, la Torre de Babel, etc. Los historiadores saben ahora que la civilización sumeria floreció en lo que ahora es Irak casi un milenio antes de los inicios de la época faraónica en Egipto, y que ambas serían posteriormente seguidas por la civilización del Valle del Indo.
Y siguen apareciendo tablillas. Y se siguen traduciendo. Y no cesan de sorprendernos. Hay algunas incluso que son trabajos escolares de los aprendices de escriba.
La invención de la escritura (¡Ay que difícil resulta fecharla con claridad!) se relaciona con la aparición de símbolos gráficos de tipo claramente lingüístico; pero el uso de signos ideográficos tiene un origen antiguo: 7000 años a. C. en el neolítico ya se usaban símbolos para representar objetos y animales. Los sumerios empezaron a utilizar pictogramas que, debido al aumento de la complejidad en los conceptos a escribir y en la necesidad de simplificación, terminaron sustituyéndose poco a poco por estructuras gráficas más abstractas llegando hacia el 3500 a.C. a configurarse la escritura cuneiforme realizada con punzones de punta triangular sobre arcilla blanda que luego era cocida. Mil años después los sumerios pasaban de la escritura logográfica a una logosilábica donde ya se utilizan principios fonológicos para representar el habla.
En Irak, bajo las botas de algún miliciano del DAESH, duermen aún millares de tablillas. Muchas de ellas guardan secretos científicos de los antiguos mesopotámicos. Muchas, quizás, revelen historias inéditas que aclaren un poco más nuestro origen. Así, paso a paso, desentrañamos los misterios de nuestra especie, contestamos a dos de las grandes incógnitas del ser humano: ¿Quienes somos? ¿De dónde venimos? y su respuesta de que nos ayude a responder a la tercera: ¿Adónde vamos?
He comprado en uno de esos supermercados asiáticos de todo a un euro varios bloques de arcilla. Me he arremangado y manchado las manos para amasar uno de ellos y extenderlo sobre la mesa. Luego, en el extremo de un punzón realizado con el mango un viejo pincel he tallado un pequeño triángulo prolongado por una línea fina. Me dispongo ahora a copiar algunos párrafos del código de Hamurabi, los más llamativos relativos al "ojo por ojo y diente por diente" que tanto impresionan a mis alumnas. Quizás cuando acabe pase el rolo babilónico construido de manera casera con un tapón de corcho y un relieve de caucho con motivos florales. Después probaré a endurecerlo en el horno de la cocina. Los anteriores experimentos (directamente sobre los quemadores) hicieron saltar la arcilla en pedazos. Espero tener más suerte esta vez.
Será mi particular homenaje a la historia de la escritura, a este maravilloso invento que nos ilumina la realidad pasada, pero que también da luz a nuestra fantasía.
- Hay una ciudad ahí, seguro.
Y el equipo escava pacientemente en la colina, quitando toneladas de arcilla molida, apartando ladrillos cocidos, conservando cuidadosamente restos cerámicos, atesorando las pequeñas tablillas de arcilla que aparecen amontonadas...
Aún pueden verse las huellas del alquitrán adherido a los muros en la parte baja, para evitar las humedades. Los pozos naturales del aceite de piedra abastecían de pez a muchas naciones. Pero también servían para calafaterar los muros, los canales y las terrazas... eso permitía cultivar plantas en los tejados aportando frescor belleza a sus edificios. Aunque la mayor parte se la llevaban los centenares de hornos con que cocían los ladrillos, los recipientes de cerámica y las tablillas de los escribas.
Cuesta imaginar en el terreno reseco el horizonte feraz de la antigua Babilonia. Los sauces (sauces llorones, precisamente) del Éufrates que dieron sombra a los israelitas en su llegada desde el obligado destierro que les impuso Nabucodonosor II. No quedan ni las sombras de la inmensa red de canales que cubría el territorio. La Biblia, en la bella Balada del Desterrado, nos muestra a los apasionados judíos negándose a cantar ante el pueblo opresor pero entre líneas se adivina su admiración por aquella nación grandiosa y lo que se propone como un canto de indignación y de venganza es una prueba en realidad de un trato mucho más humanitario y civilizado del que intentan transmitir: "les piden", no les obligan; "se sientan a descansar bajo los sauces del río", luego no son tan inhumanos; les permiten "llevar sus cítaras con ellas", no les roban sus posesiones... De hecho, durante este tiempo los judíos prosperaron en Babilonia alcanzando altas posiciones entre los mesopotámicos (así lo atestiguan los libros de Daniel y Ester). Al cabo de algunas generaciones (49 años) después el conquistador persa de Babilonia, Ciro, les permiterá volver.
Hoy en día, se dispone de pruebas suficientes como para afirmar que los judíos recibiron una influencia del "Inperio" que cambió su concepción del mundo: muchos de los textos bíblicos se escribieron entonces y es irrefutable la influencia de los textos y leyendas babilónicas (el diluvio, Noé, la historia de Moisés, el Paraíso, la creación de Adan y Eva...). Cuanto más se investiga, más pruebas se acumulan en este aspecto. Las tablillas que van apareciendo han de producir sensaciones ambivalentes a los padres de la Iglesia Católica: por un lado certifican ciertos pasajes descritos en la Biblia y, por otro, prueban que muchos textos sagrados tienen una clara influencia de los textos babilónicos negando así la revelación por Dios al pueblo elegido de esos secretos.
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
(Salmo 136, Junto a los canales de Babilonia)
Mesopotamia me fue revelada en época tardía. No solo porque el contenido de sus miles de tablillas aún no se habían traducido en mi niñez (por lo que su estudio se hacía muy someramente) sino porque probablemente aún no habían sido desenterradas muchas de ellas. Además ¿Le interesaba a la iglesia publicitar que muchos de los textos sagrados estaban influenciados, a veces incluso copiados, de antiguas leyendas escritas miles de años antes por los sumerios?
Actualmente se conservan en los museos de todo el mundo unas 120000 tablillas (la mitad ya están disponibles digitalizadas en internet). Hacia el 2700 a.C. ya había en el Sumer grandes bibliotecas. En las de Babilonia las tablillas estaban clasificadas en tinajas colocadas en anaqueles. Cada tablilla tenía indicado en el borde a qué tratado pertenecía. De las ruinas de Nínive se exhumaron, en 1872, más de 30.000 tablillas, de las que todavía no se ha descifrado la mitad. Son obras de medicina, astronomía, matemáticas, historia, diccionarios, poemas, etc., que integraron la biblioteca de Asurbanipal (669 – 626 a.C.). A mediados de siglo XIX los arqueólogos descubrieron la antigua capital Asiria de Nínive (hasta entonces sólo conocida por el Antiguo Testamento) y hallaron en las ruinas del palacio de Assurbanipal una biblioteca con los restos de alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas.
Muchas de las tablillas tenían función administrativa: recibos de pago de impustos, tratos comerciales, inventarios... pero, además, existe una variedad de temas científicos (matemáticas, astronomía, medicina...) e histórico-religiosos. Algunas de las traducciones realizadas de los mismos atribuyen la aparición del hombre a la influencia de de seres superiores (anunakis) o dioses venidos de un planeta extrasolar (Niburu). Los sumerios fueron los primeros en plasmar por escrito los anales y relatos de estos dioses y hombres, de los cuales, todos los demás pueblos incluidos los hebreos, obtuvieron los relatos de la Creación, Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio Universal, la Torre de Babel, etc. Los historiadores saben ahora que la civilización sumeria floreció en lo que ahora es Irak casi un milenio antes de los inicios de la época faraónica en Egipto, y que ambas serían posteriormente seguidas por la civilización del Valle del Indo.
Y siguen apareciendo tablillas. Y se siguen traduciendo. Y no cesan de sorprendernos. Hay algunas incluso que son trabajos escolares de los aprendices de escriba.
La invención de la escritura (¡Ay que difícil resulta fecharla con claridad!) se relaciona con la aparición de símbolos gráficos de tipo claramente lingüístico; pero el uso de signos ideográficos tiene un origen antiguo: 7000 años a. C. en el neolítico ya se usaban símbolos para representar objetos y animales. Los sumerios empezaron a utilizar pictogramas que, debido al aumento de la complejidad en los conceptos a escribir y en la necesidad de simplificación, terminaron sustituyéndose poco a poco por estructuras gráficas más abstractas llegando hacia el 3500 a.C. a configurarse la escritura cuneiforme realizada con punzones de punta triangular sobre arcilla blanda que luego era cocida. Mil años después los sumerios pasaban de la escritura logográfica a una logosilábica donde ya se utilizan principios fonológicos para representar el habla.
En Irak, bajo las botas de algún miliciano del DAESH, duermen aún millares de tablillas. Muchas de ellas guardan secretos científicos de los antiguos mesopotámicos. Muchas, quizás, revelen historias inéditas que aclaren un poco más nuestro origen. Así, paso a paso, desentrañamos los misterios de nuestra especie, contestamos a dos de las grandes incógnitas del ser humano: ¿Quienes somos? ¿De dónde venimos? y su respuesta de que nos ayude a responder a la tercera: ¿Adónde vamos?
He comprado en uno de esos supermercados asiáticos de todo a un euro varios bloques de arcilla. Me he arremangado y manchado las manos para amasar uno de ellos y extenderlo sobre la mesa. Luego, en el extremo de un punzón realizado con el mango un viejo pincel he tallado un pequeño triángulo prolongado por una línea fina. Me dispongo ahora a copiar algunos párrafos del código de Hamurabi, los más llamativos relativos al "ojo por ojo y diente por diente" que tanto impresionan a mis alumnas. Quizás cuando acabe pase el rolo babilónico construido de manera casera con un tapón de corcho y un relieve de caucho con motivos florales. Después probaré a endurecerlo en el horno de la cocina. Los anteriores experimentos (directamente sobre los quemadores) hicieron saltar la arcilla en pedazos. Espero tener más suerte esta vez.
Será mi particular homenaje a la historia de la escritura, a este maravilloso invento que nos ilumina la realidad pasada, pero que también da luz a nuestra fantasía.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu aportación.
Tu opinión será leída y tenida en cuenta. Corresponderé a tu comentario en cuanto me sea posible.