El 8 de marzo de 2014, 40 minutos después del despegue en Kuala Lumpur, un Boeing 777-200 con 227 pasajeros y una tripulación de 12 personas perdió contacto con los controladores a las 6:30 AM. En ese instante el avión realizó un giro inesperado de 90º, cambió de altitud y su traspondedor dejó de funcionar dejando a los controladores sin señales de su posición. El aparato desapareció misteriosamente. Algunas señales difusas recibidas por el satélite Inmarsat horas después le sitúan dentro de una amplia zona en el Índico. La búsqueda se ha mantenido desde entonces y, a fecha de hoy, aún no se conoce con seguridad el lugar del siniestro. Las balizas de radiofrecuencia de las cajas negras dejaron de funcionar hace meses.
Hace algunos días se publicó la noticia de la recompensa a Ben, un niño de ocho años, por idear una imaginativa solución para encontrar aviones desaparecidos. Comenzó a pensar en su idea tras contemplar, en un programa de televisión, el relato de la misteriosa desaparición del vuelo NH370 de Malysia Airlines y su infructuosa búsqueda. El niño escribió entonces a Richard Anderson, director ejecutivo de la compañía aérea de Estados Unidos Delta Airlines, explicándole su idea. Esta consistía en dotar a los aviones de un sistema de globos anaranjados de neón que se elevaran a la superficie cuando el avión se estrellara en el mar. "El globo no sería lo suficientemente ligero como para flotar en el aire y tendría goma reforzada para soportar mucha presión», -explicaba Ben en la carta-. Asimismo, "el sistema tendría un transmisor de radio frecuencia para poder localizarlo". Adjuntaba en la carta un dibujo en el que explicaba el sistema.
La compañía se ha tomado con interés la idea y le ha respondido agradeciéndole su aportación y recompensándole con un montón de juguetes El departamento correspondiente de la aerolínea ya está estudiando su propuesta.
El ponerse a pensar para solucionar un problema no es una actividad exclusiva de los ingenieros y científicos. Infinidad de personas "vulgares" han dado con soluciones imaginativas a grandes problemas técnicos o científicos. Cito como ejemplo invenciones tan "prácticas" como el genial botijo, económicos pañales más eficientes, el ergonómico palo del chupa-chús, la eficiente fregona... El pequeño Ben, inquieto por la tragedia de un avión perdido, puso en marcha su pequeño gran cerebro y diseñó una solución factible y barata. Operó con los elementos de que disponía en su mundo infantil: balones de goma, las boyas de las playas que visitó, transistores de RF... y aplicando sencillas leyes físicas (flotabilidad) ideó una solución.
Todos llevamos dentro un inventor. Yo mismo, ante el agobio de las dificultades respiratorias provocadas por mi desviación de tabique y mi estrechez en las fosas nasales, ideé un sencillo procedimiento que me proporcionaba alivio inmediato echando mano de lo que llevaba encima: introducir mi anillo de bodas en una de las fosas y, una vez acoplado, girarlo 90 grados dentro de la nariz... el alivio que se siente al ensanchar la fosa nasal es extraordinario y la simplicidad sorprendente (me río de las tiras deportivas para ensanchar la nariz que venden en farmacias y en Decatlón).
El secreto de un inventor, ante un problema, es sencillo: pensar, imaginar, experimentar mentalmente, dibujar, probar... darle vueltas hasta hallar una solución. Y así avanza el mundo.
Hace algunos días se publicó la noticia de la recompensa a Ben, un niño de ocho años, por idear una imaginativa solución para encontrar aviones desaparecidos. Comenzó a pensar en su idea tras contemplar, en un programa de televisión, el relato de la misteriosa desaparición del vuelo NH370 de Malysia Airlines y su infructuosa búsqueda. El niño escribió entonces a Richard Anderson, director ejecutivo de la compañía aérea de Estados Unidos Delta Airlines, explicándole su idea. Esta consistía en dotar a los aviones de un sistema de globos anaranjados de neón que se elevaran a la superficie cuando el avión se estrellara en el mar. "El globo no sería lo suficientemente ligero como para flotar en el aire y tendría goma reforzada para soportar mucha presión», -explicaba Ben en la carta-. Asimismo, "el sistema tendría un transmisor de radio frecuencia para poder localizarlo". Adjuntaba en la carta un dibujo en el que explicaba el sistema.
El ponerse a pensar para solucionar un problema no es una actividad exclusiva de los ingenieros y científicos. Infinidad de personas "vulgares" han dado con soluciones imaginativas a grandes problemas técnicos o científicos. Cito como ejemplo invenciones tan "prácticas" como el genial botijo, económicos pañales más eficientes, el ergonómico palo del chupa-chús, la eficiente fregona... El pequeño Ben, inquieto por la tragedia de un avión perdido, puso en marcha su pequeño gran cerebro y diseñó una solución factible y barata. Operó con los elementos de que disponía en su mundo infantil: balones de goma, las boyas de las playas que visitó, transistores de RF... y aplicando sencillas leyes físicas (flotabilidad) ideó una solución.
Todos llevamos dentro un inventor. Yo mismo, ante el agobio de las dificultades respiratorias provocadas por mi desviación de tabique y mi estrechez en las fosas nasales, ideé un sencillo procedimiento que me proporcionaba alivio inmediato echando mano de lo que llevaba encima: introducir mi anillo de bodas en una de las fosas y, una vez acoplado, girarlo 90 grados dentro de la nariz... el alivio que se siente al ensanchar la fosa nasal es extraordinario y la simplicidad sorprendente (me río de las tiras deportivas para ensanchar la nariz que venden en farmacias y en Decatlón).
El secreto de un inventor, ante un problema, es sencillo: pensar, imaginar, experimentar mentalmente, dibujar, probar... darle vueltas hasta hallar una solución. Y así avanza el mundo.
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