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NoticiaFicción: Una inteligencia diferente

EL RELATO
Un senogar de Altair

El luminoso platillo planeó errático sobre las colinas de los alrededores de New York y fue a estrellarse sobre unos árboles en medio de una explosión. De todas las comisarías de policías partieron coches patrulla que acordonaron rápidamente la zona. El lugar hervía de uniformados. Los corredores de footing comentaban excitados la caída. El ministro de defensa y el alcalde comunicaron poco después en rueda de prensa que, aunque la nave estaba destruida  habían logrado rescatar un extraterrestre superviviente. Al cabo de unas horas las autoridades se presentaron en el centro de investigaciones biológicas para observar el análisis de este ser excepcional. El ministro se acercó a la mesa donde reposaba el alienígena rodeado del más sofisticado instrumental.
- Realmente es feo -pensó-;  es el bicho más raro que podría imaginar... 
Se quedó un buen rato mirando asqueado aquel ser alargado, con seis patas, con dos largos pedúnculos o antenas o brazos...¡o lo que fueran!, una cabeza chata... ¡realmente eran horribles!.
Antes de hablar con el presidente pidió toda la información biológica disponible y el dosier correspondiente a su análisis cerebral.
El presidente no salía de su asombro: todos los test, pruebas de inteligencia, electroencefalogramas y análisis de ondas cerebrales concluían que su CI era bajísimo, inferior a la calificación de deficiencia profunda. No podía explicarse aquellos individuos podían haber construido una nave espacial y mucho menos tripularla...

Y era lógico que no se lo explicara. El extraterrestre era un senogar pura sangre de la  raza malar, esto es, en versión extraterrestre del Sistema Altair, un perro de compañía. 


LA NOTICIA


Una inteligencia distinta

El País
3 Jun 2021



Hay cuestiones incognoscibles, como la cuadratura del círculo, y otras que son meramente indefinibles. El paradigma de estas últimas es la reflexión del juez Potter Stewart sobre la pornografía: “No sé definirla, pero la reconozco cuando la veo”. La inteligencia pertenece a esta categoría de conceptos. No sabemos definirla, pero todos la reconocemos cuando la vemos, ¿no es cierto? Una cuestión totalmente distinta es reconocer la inteligencia de los otros, los hongos, hormigas y abejas que nos rodean, los marcianos inventados por la ficción y todas esas máquinas empeñadas en ganarnos al ajedrez y al póquer y en hacer las cosas mejor que nosotros.

Tomemos el humilde moho del fango, un ser de baja estofa que no tiene una sola neurona, no hablemos ya de algo remotamente parecido a un cerebro. Pese a ello, dos científicas del Instituto Max Planck de Dinámica y Autoorganización, en Gotinga, han demostrado que son capaces de recordar los lugares donde han comido, sobre todo si han comido bien. También pueden encontrar el camino más corto a través de un laberinto. Sostener que un hongo tiene algún tipo de inteligencia es la vía más segura hacia el loquero, pero el caso es que la tienen. Ya quisiera yo salir de los laberintos con tan mohoso desparpajo.

Los insectos sociales resultan desconcertantes. Una hormiga no sabe calcular nada, pero un hormiguero sí. Imaginen un hormiguero de los grandes, un Benidorm de los hormigueros, que puede tener perfectamente una docena de bocas. Las hormigas suelen tirar los cadáveres en un sitio en que molesten lo menos posible, y entre todas calculan el punto exacto que está más alejado de todas las bocas, como si tuvieran que bregar durante años con las asociaciones de vecinos. Se trata de un problema geométrico fatigoso de resolver, pero allá que van esos jeringados himenópteros hallando la solución más deprisa que un catedrático.

¿Por qué un pulpo es más listo que un calamar? Los genomas dan pistas importantes. Ambos animales muestran genomas típicos de su clase, los cefalópodos, salvo que el pulpo ha experimentado una vasta expansión de ciertos genes (cadherinas) implicados en la comunicación entre neuronas. Los humanos y nuestros ancestros también hemos amplificado esa familia genética, pero de manera independiente a la de los pulpos. Esto apunta a que la inteligencia ha evolucionado dos veces, una en los pulpos y otra en los humanos. Pero las dos, al final, acaban sirviendo para lo mismo: predecir el futuro partiendo de la experiencia.

Los autores de ciencia ficción se han mostrado particularmente torpes en este capítulo. Cuando se ponen a diseñar seres alienígenas hacen gala de una preocupante falta de creatividad. Para empezar, suelen ser unos tetrápodo-céntricos irredimibles. Si el marciano no tiene dos brazos y dos piernas, se le elimina del casting. Pero lo peor es que no han logrado imaginar una inteligencia verdaderamente distinta de la nuestra. Al igual que nosotros, los marcianos encuentran soluciones a problemas nuevos, utilizan para ello sus emociones y sus intuiciones, y su motivación es entender las cuestiones que se les ponen por delante. Si existe en verdad una forma de inteligencia distinta de la humana, nuestra imaginación no ha estado a la altura.

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