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Historia ficción: La torre del telégrafo

La ficción:

"El Conde de Montecristo" (1844)
(Alejandro Dumas)

Capítulo tercero: 
El telégrafo y el jardín

[...]

 Pues voy a visitar una cosa que me ha hecho pensar horas enteras.
 ¿El qué?
 Un telégrafo óptico.
 ¡Un telégrafo!  repitió entre curiosa y asombrada la señora de Villefort.
 Sí, sí, un telégrafo. Varias veces he visto en un camino sobre un montón de tierra, levantarse esos brazos negros semejantes a las patas de un inmenso insecto, y nunca sin emoción, os lo juro, porque pensaba que aquellas señales extrañas hendiendo el aire con tanta precisión, y que llevaban a trescientas leguas la voluntad desconocida de un hombre sentado delante de una mesa, a otro hombre sentado en el extremo de la línea delante de otra mesa, se dibujaban sobre el gris de las nubes o el azul cielo, sólo por la fuerza del capricho de aquel omnipotente jefe; entonces creía en los genios, en las sílfides, en fin, en los poderes ocultos, y me reía. Ahora bien, nunca me habían dado ganas de ver de cerca a aquellos inmensos insectos de vientres blancos, y de patas negras y delgadas, porque temía encontrar debajo de sus alas de piedra al pequeño genio humano pedante, atestado de ciencia y de magia. Pero una mañana me enteré de que el motor de cada telégrafo era un pobre diablo de empleado con mil doscientos francos al año, ocupado todo el día en mirar, no al cielo, como un astrónomo, ni al agua, como un pescador, ni al paisaje, como un cerebro vacío, sino a su correspondiente insecto, blanco también de patas negras y delgadas, colocado a cuatro o cinco leguas de distancia. Entonces sentí mucha curiosidad por ver de cerca aquel insecto y asistir a la operación que usaba para comunicar las noticias al otro.
 ¿De modo que vais allá ahora?
 Sí.
 ¿A qué telégrafo? ¿Al del ministerio del Interior o al del Observatorio?
 ¡Oh!, no; encontraría en ellos personas que me querrían obligar a comprender cosas que yo quiero ignorar, y me explicarían a mí pesar un misterio que ellos mismos ignoran. ¡Diablo!, quiero conservar las ilusiones que tengo aún sobre los insectos; bastante es el haber perdido las que tenía sobre los hombres. No iré, pues, al telégrafo del ministerio del Interior, ni al del Observatorio. Lo que deseo ver es el telégrafo del campo, para encontrar en él a un hombre honrado petrificado en su torre.
 Sois un personaje realmente singular  dijo Villefort.
 ¿Qué línea me aconsejáis que estudie?
 Aquella de la que más se ocupan todos hasta ahora.
 ¡Bueno!, de la de España, ¿eh?
 Exacto.

[...]



Montecristo entró en la torre, que estaba dividida en tres pisos: el bajo contenía algunos instrumentos de labranza, como azadones, picos, regaderas, apoyados contra la pared; esto era todo.

El segundo piso era la habitación ordinaria, o más bien nocturna del empleado; contenía algunos utensilios sencillos, como una cama, una mesa, dos sillas, una fuente de barro, además algunas hierbas secas colgadas del techo, y que el conde identificó como manzanas de olor y albaricoques de España, cuyas semillas conservaba el buen hombre; todo esto lo tenía tan bien guardado como hubiera podido hacerlo un maestro botánico del jardín de plantas.

-¿Hace falta mucho tiempo para aprender la telegrafía, amigo mío...? -preguntó Montecristo.
-No es tan largo el estudio como el de los supernumerarios.
-¿Y qué sueldo tenéis...?
-Mil francos, caballero.
-No es mucho.


[...]

-Decidme, ¿y si tuvierais la desgracia de volver la cabeza cuando vuestro correspondiente hablase...?
-No lo vería.
-Entonces, ¿qué ocurriría?
-Que no podría repetir sus señales...
-¿Y qué?
-Y no repitiéndolas, por descuido o por lo que fuese..., me exigirían el pago de la multa.
-¿A cuánto asciende esa multa?
-A cien francos.
-La décima parte de vuestro sueldo; ¡qué bonito!
-¡Ah! -exclamó el empleado.
-¿Os ha ocurrido eso alguna vez? -dijo Montecristo.
-Una vez, caballero, una vez que estaba regando un rosal.
-Bien. ¿Y si ahora cambiaseis alguna señal o transmitieseis otra?
-Entonces, eso es diferente, sería despedido y perdería mi pensión.
-¿Trescientos francos?
-Cien escudos, sí señor; de modo que ya podéis suponer que nunca haré tal cosa.
-¿Ni por quince años de vuestro sueldo? Mirad que vale la pena que lo penséis.


[...]

Y Montecristo puso a la fuerza en la mano del empleado el otro paquete de diez mil francos.

-¿Qué debo hacer...?
-Nada que os cueste trabajo, algo muy sencillo.
-Bien, ¿pero qué...?
-Repetir las señales que os voy a dar.

Montecristo sacó de su bolsillo un papel en el que había trazadas tres señales y otras tantas cifras indicaban el orden con que debían ejecutarse.

-No será muy largo, como veis.
-Sí, pero...
-¡Por este poco trabajo tendréis albaricoques buenos...!

[...]

Cinco minutos después de haber llegado al ministerio la noticia telegráfica, Debray hizo enganchar los caballos a su cupé, y corrió a casa de Danglars.

-¿Tiene vuestro marido papel del empréstito español? -dijo a la baronesa.
-¡Ya lo creo!, por lo menos, seis millones.
-Que los venda a cualquier precio.
-¿Por qué?
-Porque don Carlos ha huido de Bourges y ha entrado en España.
-¿Cómo lo sabéis?
-¡Diantre! ¡Como sé yo todas las noticias!

La baronesa no se lo hizo repetir, corrió a ver a su marido, el cual corrió a su vez a la casa de su agente de cambio, y le mandó que lo vendiese todo a cualquier precio.

Cuando todos vieron que Danglars vendía los fondos españoles, bajaron inmediatamente. Danglars perdió quinientos mil francos, pero se deshizo de todo el papel de interés...

Aquella noche se leía en El Messager:

Despacho telegráfico:

"El rey don Carlos ha huido de Bourges, y ha entrado en España por la frontera de Cataluña. Barcelona se ha sublevado en favor suyo.
Toda la noche no se habló más que de la previsión de Danglars que había vendido sus créditos, y de la suerte que tuvo al no perder más que quinientos mil francos en semejante jugada."

Los que habían conservado sus vales, o los que habían comprado los de Danglars, se consideraron arruinados, y pasaron una mala noche.

Al día siguiente se leía en El Moniteur:

"Carecía de todo fundamento la noticia del Messager de anoche que anunciaba la fuga de don Carlos y la sublevación de Barcelona.
El rey don Carlos no ha salido de Bourges, y la Península goza de la más completa tranquilidad.
Una señal telegráfica, mal interpretada a causa de la niebla, ha dado lugar a este error."

 Los fondos subieron al doble de lo que habían bajado.

Esto ocasionó a Danglars la pérdida de un millón.



La Historia

No podemos atribuir este sistema de comunicación a un inventor concreto ya que es la evolución de distintos sistemas de comunicaciones existentes desde la antigüedad. Si bien el uso del fuego y el humo (o incluso el sonido de tambores o campanas, proyectiles como flechas, animales como palomas o el uso de banderas) sirvieron inicialmente para la transmisión de señales, no fue hasta la invención del telescopio que se empezaron a utilizar símbolos mediante mecanismos articulados; aunque antes se probó con luces intermitentes (Telégrafo de Franz Kessler en 1616). Kessler utilizaba una lámpara colocada dentro de un barril con un obturador móvil accionado por el señalero. Las señales se observaban a distancia con el telescopio recién inventado.



Robert Hooke (1635-1703) está documentado como el primero que presentó un sistema en la Royal Society en 1684, basado en la transmisión de símbolos a distancia sin lograr su implantación más allá de una prueba de una orilla a otra del Támesis 
Símbolos del Telégrafo de Hooke
Se tardó más de ochenta años en ser implementado este sistema por primera vez a nivel experimental por Sir Richard Lovell Edgeworth en 1767. 

No fue hasta 1792 para que los hermanos Chappe presentaron a la sociedad francesa un proyecto de construcción de una amplia red de comunicaciones por telegrafía óptica de unos 5.000 kilómetros de extensión logrando que el gobierno de la I República aprobara el proyecto. El primer telegrama oficial que se logró transmitir se hizo en el año 1794 entre las localidades francesas de Lille a París (unos 230 kilómetros) a través de 22 torres.

Telégrafo / semáforo de Chappe

El funcionamiento se basaba en un semáforo que accionaba un brazo articulado mediante poleas.
Claude Chappe, acuñó el término 'semáforo' (del griego: sēma = signo; phoros = llevar) para su aparato. A principios del s. XIX los franceses podían comunicarse rápidamente entre París, Lille y Bruselas utilizando el telégrafo de Chappe que finalmente cubrió toda Francia y se extendió a Ámsterdam y Venecia. Cada estación constaba de una torre de la que sobresalía un mástil que sostenía brazos móviles; la siguiente estación, a unas 10-20 millas de distancia, leía el código por telescopio y transmitía el mensaje a la siguiente estación de la línea.

Aunque estos son los más destacados, muchos otros sistemas se idearon y llegaron a probarse como el telégrafo de persiana Murray.


En 1794, Edelcrantz había revelado un diseño de un telégrafo de diez persianas para la señalización a lo largo de la costa sueca. Murray, quien casi con certeza había visto u oído hablar de este trabajo, propuso una variación menor.
En 1795, Lord George Murray, obispo de St. David en Gales, ofreció un modelo diferente al Almirantazgo británico, por lo que recibió una recompensa de 2000 libras esterlinas. Este consistía en un marco de persiana de seis metros de altura con tres pares de paneles, cada uno de aproximadamente un metro cuadrado. Cada panel podía ser girado mediante cuerdas y volteado entre "de canto" o "de frente", produciéndose así  64 combinaciones. A diferencia del sistema Chappe, las combinaciones de Murray correspondían a letras individuales y podían deletrear palabras (aunque algunas combinaciones denotaban también frases predeterminadas) .

El Almirantazgo Británico aceptó el diseño de Murray y construyó una primera línea de 15 estaciones, hacia el este desde Londres vía Chatham hasta Deal, con un ramal al norte desde Faversham vía Tonge hasta Sheerness. La línea se completó el 27 de enero de 1796.  

A partir de los telégrafos de Murray y sobre todo de Chapee, los sistemas de telegrafía óptica continuaron perfeccionándose, pero sin cambios significativos en su diseño hasta la llegada de la radiotelegrafía en 1984 con Morse, aunque los precursores se remontan hasta 1746, con el científico y religioso francés Jean Antoine Nollet, que utilizó alambres de hierro a kilómetro y medio de distancia con una botella de botellas de Leyden como batería)




NOTAS
Sistemas de transmisión de señales en la antigüedad

Por supuesto que, el recorrer la distancia necesaria para entregar el mensaje en propia mano era la fórmula más directa. 


Pero ante la lejanía o lentitud del proceso, otra forma eficiente (aunque más imprecisa) eran las señales luminosas mediante códigos. Por ejemplo las míticas señales de humo de los indios americanos (pero tengamos en cuenta que se han empleado en casi todas las culturas)





El uso de fuegos desde elevaciones o torretas también estaba muy extendido. En la foto una torre romana de la línea de defensa del Danubio. Vemos aquí una escena de ese inmenso cómic en espiral que son las Columnas de Trajano. 





Pero ya en el año 350 aC, Eneas el Táctico había ideado un sistema de mensajes sobre una tira móvil sincronizada mediante clepsidras que se activaban simultáneamente por medio de un aviso con antorchas. El telégrafo hidráulico, así se denomina, fue utilizado durante la primera guerra púnica (264-241 a. C.) para enviar mensajes entre Sicilia y Cartago.




A pesar de lo ingenioso del sistema del método de Eneas, éste no permitía comunicar más que unas cuantas frases previamente convenidas. Para poder comunicar un mensaje no establecido, era preciso otro sistema más versátil. El romano Polibio lo mejoró, pero parece que se basó en ideas de Cleóxenes o Demócrito. Dicho método consistía en asignar a cada letra una combinación de teas encendidas que se interpretaban dividiendo el alfabeto en una tabla con cinco columnas; cada columna contenía cinco letras por lo que cada letra estaba definida por el número de columna y la posición dentro de dicha columna.
Para la conversación a distancia, se hacían dos zanjas o parapetos a una determinada distancia entre sí, en la de la izquierda se presentaba un número de antorchas igual a la columna a la que pertenecía la letra que se pretendía transmitir, en nuestro ejemplo cuatro, al mismo tiempo que en la zanja de la derecha tantas antorchas como la posición de dicha letra en la columna, en nuestro caso una.  Para ayudarse a diferenciar las hogueras de cada parapeto, el observador se ayudaba de una dioptra, un sencillo instrumento que consistía en dos tubos —fistulae—, de forma que con uno se pueda distinguir la posición izquierda y con el otro la derecha.


Algo que sorprendió a los viajeros europeos que visitaron África en los siglos XVIII y XIX fue la eficaz forma de comunicación con la que las comunidades Subsaharianas se comunicaban entre sí. Se sorprendieron al comprobar como los tambores, del diverso tipo, propagaban los mensajes: y no eran sólo mensajes cortos (como las campanadas de sus iglesias); sino que incluían mensajes complejos. No todo era significado, también representaban diferentes tonos de carácter tradicional y sumamente poéticos.

El uso de gestos, u objetos muy visibles en movimiento, también ha sido muy común. Desde el alzar los brazos en la distancia hasta el uso de banderas, insignias, grandes dibujos en el terrenos, etc. El uso de banderas permite emplear códigos para transmitir mensajes más complejos. Aún se emplean en la marina.


Una contribución fundamental al envío de mensajes complejos se produjo en 1684 cuando el inglés Sir Robert Hooke dio una conferencia para la Royal Society "Sobre cómo mostrar una forma de comunicar la mente de uno a grandes Distancias". En ella describió un dispositivo simple que funcionaba con la ayuda de telescopios -recién inventados-; El telégrafo consistía en un marco de madera en el que se podían mostrar grandes símbolos recortados. 

Había tres innovaciones principales en la descripción que hace Hooke del uso general de este dispositivo. 

Primero, en Hooke la descripción los símbolos no representan las letras del alfabeto, como la mayoría de los otros habían propuesto anteriormente, sino códigos abstractos cuyo significado se define en un vocabulario. 

En segundo lugar, en Hooke distingue cuidadosamente entre el uso de símbolos de datos o mensajes, y el uso de símbolos de control. Estos últimos no llevan información del mensaje pero sirven para controlar el intercambio de datos en sí. Hooke establece que los símbolos de control deben mostrarse sobre el marco de su telégrafo, y los símbolos de datos deben mostrarse por debajo de ellos. 

En tercer lugar, y lo más importante, Hooke propone por primera vez reglas explícitas de protocolo para
las transmisiones. Precisaba, por ejemplo, que se requerirían varios otros caracteres que expresen una oración completa, para ser utilizada continuamente, mientras los corresponsales están atentos y comunicando. 
Las oraciones a ser expresadas por un carácter [símbolo] puede ser como estas:
- Estoy listo para comunicar [sincronización]. 
- Estoy dispuesto a observar [ídem]. 
- Estaré listo en este momento [retraso]. 
- Se ve claramente lo que muestras [reconocimiento]. 
. Mostrar el último de nuevo [un código de error]. 
. No demasiado rápido [control de velocidad].
. Mostrar más rápido [ídem]. 
. Respóndeme en este momento. 
. Dixi [He hablado, es decir, fin de texto]. 
. Date prisa en comunicar esto al próximo corresponsal [prioridad]. 
...y otros similares.
 
Todo lo cual puede expresarse mediante varios caracteres únicos, que se expondrán en la parte superior de los postes [en lugar de suspenderse debajo de ellos, como los caracteres para los datos del mensaje], por sí mismos [...] para que no se cree confusión.

Parece que, aparte de un solo experimento con telégrafos montados en lados opuestos del Támesis
río en Londres, el telégrafo de Hooke nunca se usó en la práctica. Su descripción, sin embargo, era conocida por la mayoría de los inventores posteriores, incluido Claude Chappe en Francia, y sus ideas deben haberles allanado el camino.



Sir Richard Lowell Edgeworth realizó en 1767 experimentos utilizando las aspas de un molino como indicador, comunicándose con la ayuda de un anteojo desde Nettlebed a Harehatch —sudeste de Inglaterra— a 16 millas de distancia. Incluso, bajo su dirección, se construyó un telégrafo nocturno que resultó demasiado caro para un uso común; pero Edgeworth se olvidó de sus experimentos hasta 1795, cuando Chappe ya había demostrado la bondad de su telégrafo. En junio de 1795 leyó ante la Royal Irish Academy su ensayo "Sobre el arte de transmitir secreta y rápidamente la inteligencia".  En él, plasmaba los experimentos realizados en colaboración con sus hijos y definía un telégrafo constituido por cuatro torres o soportes con sendos indicadores con forma de triángulo isósceles que podían adoptar 8 posiciones cada uno, con un total de 4096 combinaciones distintas.



Telégrafo de sueco de Edelcrantz. Con esta composición se lograban representar las cifras del 000 al 777 logrando 512 mensajes distintos que podían llegar a 1024 usando el panel duplicador.



Fue Claude Chappe, acuñó el término 'semáforo' (del griego: sēma = signo; phoros = llevar) para denominar el aparato de su invención que iba a marcar el diseño definitivo de la telegrafía óptica hasta la llegada de la radiotelegrafía en morse. El funcionamiento se basaba en un semáforo que accionaba un brazo articulado mediante poleas. Su funcionamiento era muy sencillo, básicamente se trataba de un mecanismo mediante el cual unos brazos accionados por poleas tomaban diversas formas geométricas codificadas en un libro de señales, en ocasiones podían ser banderolas, barras, o bolas.

Inicialmente, Claude Chapee consideró el uso de letras sobre un círculo giratorio, enseguida se dio cuenta de la dificultad para percibirlas a distancia. Este sistema primitivo nos recuerda al método de  Eneas el Táctico. Consistía en sincronizar dos mecanismos de relojería distantes, uno emisor y otro receptor, con una única aguja en la esfera y que podía adoptar 10 posiciones distintas. En 1791 realizó una prueba sincronizando ambos mecanismos mediante un panel de madera blanco que indicaba el inicio de la transmisión y se ponían en marcha los relojes del emisor y del receptor. Al marcar la aguja el número deseado, el emisor cambiaba el panel blanco por otro de color negro que indicaba al receptor la cifra seleccionada. Las pruebas no fueron del todo satisfactorias y Chappe siguió probando nuevos métodos.


Este sistema con letras no era muy efectivo (Chapee
una sesión inicial de pruebas).

Finalmente se decidió por usar brazos articulados en distintas posiciones que se discriminan mucho mejor por la percepción humana.



Este diseño final, consistía en un mástil vertical sobre el que, en su parte superior, se situaba un largo travesaño denominado regulador. El regulador podía por su punto medio y tenía en ambos extremos otros brazos más pequeños llamados indicadores dotados a su vez de posible giro. Para evitar posibles errores de lectura, Chappe limitó las posiciones permitidas a ángulos de 45º, con lo que se lograban 98 posiciones distintas. 


Esta instalación mecánica debería de estar instalada en lo alto de una torre o construcción similar y sería operado por un equipo de dos a cuatro personas denominadas "torreros". Las torres estarían situadas a una distancia aproximada de unos 5 a 10 kilómetros y correctamente orientadas para ser visibles por las torres de la línea contiguas mediante un telescopio pequeño. Este sistema de comunicación no tenía un lenguaje unificado, y en cada región o país se utilizaba un sistema propio.



La velocidad del mensaje dependía de la efectividad del personal de la torre. Un mensaje emitido desde Madrid a Valencia podía tardar menos de una hora en recorrer las 30 torres que formaban la línea.

Este sistema no era perfecto y tenía muchos inconvenientes como por ejemplo la orografía del terreno, las condiciones climatológicas y como no, la oscuridad de la noche. Otro factor importante era el factor  humano, muchos de los torreros debían de trabajar en condiciones realmente duras en lo alto de la torre constantemente pendientes de la siguiente o la anterior torre y en todas las condiciones climatológicas y no hubieron pocos problemas derivados del factor humano.

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