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Si las piedras hablasen: "Las piedras fósiles de Los Cabezos"


Justo enfrente de la entrada al "Ohtels Islantilla" se adivina un estrecho parque ocupando la franja que dejan los antiguos cantiles de la costa y que han sido respetados (o evitados)  por la rapacidad urbanizadora de la primera linea de playa. A los pies de las paredes y cárcavas pardo-rojizas se adivina un camino que recorre este parque que llaman "De los Cabezos" y que, en algo menos de 3 km. te lleva desde La Avenida de las Cumbres paralelo a la A-5054 hasta el Paseo de la Chirina. Desde la habitación del hotel se divisa justo enfrente la pasarela de madera que cruza la carretera y conduce hasta el sendero en el interior del parque. No puedo sustraerme a su exploración y, aprovechando que a Charo le duele la rodilla, me preparo una pequeña mochila e, introduciéndome en una pequeña pista de cemento, me acerco al extremo del parque para recorrerlo en toda su amplitud. 

Paseando la vista por las paredes cuarteadas y observando los materiales arrastrados al fondo de las vaguadas junto al camino me sorprende encontrar gran variedad de troncos y ramas fosilizadas. Decido recoger alguna muestra y, mientras recorro el sendero, maduro una historia para esas piedras singulares que, miles de años atrás, fueron árbol. 

El Parque de los Cabezos


Se denomina Parque de los cabezos, una formación boscosa que se sitúa sobre una formación geológica del cuaternario. como se puede advertir en los relieves rugosos y estriados de coloración variada que van desde los amarillos hasta los rojos cobrizos, bordeando durante todo el recorrido un campo de golf de 27 hoyos. Nos dice el diccionario que un "cabezo" es una elevación natural del terreno de poca altura, aislada y generalmente redondeada. Aquí se aplica a terrenos de relieve árido y abrupto, acompañados por barrancos desmoronados.

Estos terrenos, asentados frente a la playa que hoy se denomina Islantilla eran tierras de Lepe dedicadas a la labranza con unas pocas fincas en la zona baja y barrancos en su parte alta. Inundables por las lluvias y las mareas altas durante los temporales, las fincas eran muy poco productivas y con frecuencia estaban abandonadas. La parte alta constaba de barrancos, pinar y montebajo, conocidos en la zona como «cabezos».


El Parque de los Cabezos conserva las características naturales de los antiguos cabezos dispone de un sendero peatonal y lineal que discurre bajo un cantil milenario, donde hace cientos de años rompían las olas del mar. En su recorrido bordea el campo del golf de Islantilla y pasa junto a un pequeño lago artificial. Dispone de varios accesos desde los puentes de madera que cruzan la carretera. Es un paseo muy agradable,  por la diversidad de colores, olores, sonidos ofrecidos por la variedad de fauna y flora presente en este espacio así como por  el contraste de los ocres en las cercanas paredes de piedra a un lado y el azul-verdoso intenso del mar en la lejanía. Ocasionalmente encontraremos algunos miradores y muy escasos bancos.

El clima, en esta zona, es de tipo mediterráneo (de transición entre el subtropical y el templado) con influencia atlántica. Su régimen de temperaturas es de tipo marítimo, con una media anual de 19,2º y recibiendo 2.972 horas de sol anuales. Por ello los inviernos no suelen ser muy fríos y los veranos, algo calurosos, suavizados por acción del océano.


La flora es la característica del bosque mediterráneo con algunas especies foráneas imortadas por intereses económicos u ornamentales. Podemos encontrar unos pocos alcornoques (Quercus suber), bastante pino piñonero (Pinus pinae) y pino marítimo o resinero (Pinus pinaste) introducidas en la zona para cubrir la gran demanda de madera por parte de la carpintería de ribera, actividad de gran auge a principios del siglo XX. Mezclados con los pinos nos encontramos con el eucalipto, del que se obtiene principalmente pasta de papel y esencias medicinales: Eucalyptus globulus y Eucalyptus camaldulensis. Entre la vegetación de matorral destaca la jara pringosa (Cistus ladanifer) de flor blanca y con una mancha púrpura en el centro de sus pétalos. Este es un arbusto muy importante pues tiene usos muy variados como la extracción del ládano (goma resinosa) para fijar el olor de los perfumes, utilizado por empresas france­sas de cierto renombre. El romero (Rosmarinus officinalis), el lentis­co (Pistacia lentiscus), la aulaga (Genista anglica), etc. son otros de los arbustos más abundantes ofreciendo al recorrido un colorido y olor muy espe­cial. A lo largo del recorrido veremos como la vegetación se va separando un poco del sendero para ocupar las laderas del cabezo y los fondos de los distintos regajos que existen, buscando la mayor humedad posible.

En cuanto a la fauna, se pueden observar erizos, ratones, conejos o el emblemático camaleón. A veces podremos observar en el terreno algunos huecos caracte­rísticos de las madrigueras de conejos y erizos. Las aves de este lugar también son varia­das, aunque su observación nos llevará algún tiem­po y paciencia. Entre las más abundantes podemos citar: la abubilla (Upapa epops), el rabilargo (Cyanopica cyanus), el mirlo (Turdus merula), el go­rrión (Passer domesticus) y alguna gaviota despis­tada de la playa.


Si las piedras hablasen: "Las piedras fósiles de Los Cabezos"



Hace mucho, muchísimo tiempo, en una era que los sabios llaman "Pleistoceno", un extraño ser de apariencia humana, paseaba precavido entre las frías estepas cerca de lo que hoy es Islantilla, en Huelva (España). El frío no era tan intenso como en tierra adentro donde a dos lunas de viaje en dirección a la estrella inmóvil, se llegaba a la barrera de hielo donde terminaban los gigantescos glaciares que cubrían casi toda Europa. El mar, cien metros por debajo de su nivel actual debido a la congelación de la cuarta parte de la superficie terrestre, tenía la costa a varios kilómetros de allí. La solitaria figura pasó por allí y lo hizo erguido sobre sus dos pies. Aquel "homo antecessor" tomó una rama particularmente recta de uno de los árboles cercanos y la cortó con su hacha. Apenas dejó unas huellas que rápidamente fueron borradas por la lluvia. Este homínido pionero, que había recorrido un largo camino desde el corazón del continente africano, desapareció después sin dejar apenas rastro. 

Cientos de miles de años después, sobre aquellas huellas desaparecidas se había acumulado una capa de polvo y tierra de más de cinco metros de espesor. Un día de hace 95.000 años los primitivos humanos de un clan de neandertales que recorría la llanura acampó en ese mismo punto. Construyeron con rapidez unas chozas con pieles y colmillos de mamut.No eran una protección muy eficaz pero les servirían mientras buscaban una cueva espaciosa. Arrancaron ramas e hicieron fuego. A la luz de las llamas se sintieron algo más protegidos frente a los tigres dientes de sable que merodeaban por los alrededores. Durante 60.000 años sus descendientes pasaron muchas veces por aquel lugar migrando paralelos a la costa según el clima y la caza evolucionaban con las terribles glaciacines. Hace 35.000 años llegó allí una nueva especie de hombre. Aquellos nuevos seres sorprendieron a los neandertales. Los individuos de "los otros" formaban tribus más numerosas y sus miembros no paraban de hablar. Además, para su particular irritación, sus costumbres resultaban escandalosas; pero eran muy eficientes en la búsqueda de alimentos y tenían una tecnología puntera que superaba, con mucho, la ancestral sabiduría de los viejos del clan. Los sucesivos enfrentamientos y la mejor capacidad adaptativa de los "homo sapiens", arrinconaron finalmente al último clan, en una estrecha franja muy cerca de este lugar. El último neandertal vivió -y murió  para siempre- no muy lejos de aquí, hace unos 28.000 años.

El paisaje, imperceptiblemente a sus ojos, se transformaba. Fue hace unos 12.000 años que sabios que estudian la historia de la tierra hablan de un nuevo capítulo que llaman "El Holoceno" y que aún no ha teminado, pues en los últimos años de la misma hemos nacido nosostros. Entonces se produjo un gran deshielo y los mares subieron su nivel más de 30 metros. El clima se hizo más cálido y "los hombres" (los descendientes de los "homo sapiens") empezaron a establecerse formando poblaciones fijas. Se lograron progresos revolucionarios como la domesticación de los lobos (el origen de los perros actuales), la reproducción programada de las semillas (la agricultura) o la fabricación de nuevas herramientas (como arcos, flechas, hachas, cuchillos, arpones, aparejos de pesca o piraguas). Se descubrió la forma de modelar y cocer el barro para fabricar cerámica y, más tarde, la gran curiosidad humana dio con la forma de extraer metales a partir de los minerales de su alrededor.  El "homo sapiens", ya sin la compañía de "los otros" (sus antiguos vecinos neandertales) aprendieron pronto a sacar partido de aquellas tierras bajas cercanas al río Piedras. Realizaban actividades de caza, pesca y recolección en los bosques mediterráneos que cubrían la zona. Partidas de caza recorrían frecuentemente los alrededores del actual Lepe y grupos de mujeres y niños recolectaban tubérculos y semillas en los bosques cercanos.

El mar estaba cerca. Los Cabezos, por entonces, no existían aún. La zona ocupaba aproximadamente el extremos occidental de una gran albufera en torno a la desembocadura del Guadalquivir llamada Lacus Ligsutinus habitada por el pueblo de los tartesos. El lugar de la actual Lepe lo formaba una extensa llanura ocupada por lagunas costeras y dunas, con vegetación de marismas y agua dulce. El mar estaba lejos aún y en la zona se acumulaba un barro oscuro formado por el fango y la materia orgánica aportada por los ríos. Cuando esa zona quedó sepultada por la arena empujada por el oleaje dejó, allí abajo, un tesoro geológico que hoy fascina a los geólogos y molesta a los turistas que pasean en invierno por la playa de Islantilla al toparse con lo que suponen lodos sucios provenientes de vertidos y mal estado del saneamiento público. En realidad, la erosión de la playa pone al descubierto las capas de fangos conservadas por miles de años procedentes de aquellos  lagos y la albufera que se colmataron y dejaron paso al perfil costero actual. 

Hace unos 11.000 años el nivel del mar comenzó a elevarse hasta que hace 6.000-5.500 años, cesó súbitamente de ascender hasta alcanzar el nivel actual. Luego, en una segunda fase se produjo la llegada de arena procedente de la erosión de los acantilados. Es decir, las olas se encargan del transporte y la sedimentación de la arena. Es entonces cuando nuestros fósiles quedaron enterrados y poco a poco, con paciencia de milenios, la cal disuelta en el agua desplazó una a una las moléculas de tallos y troncos enterrados. La presión de los sedimentos acumulados hicieron el resto para que se endureciera (aunque no mucho, son unos fósiles relativamente jóvenes y no han tenido oportunidades para consolidarse resultando un material inestable). Este proceso, continuo y progresivo, alterado ocasionalmente (en 14 ocasiones según señalan los estudiosos) por devastadores tsunamis. Tras cada uno de ellos la costa se transformaba , generando una nueva morfología.

Fue hace unos 3.200 años que los poblados costeros como Lepe comenzaron a comerciar con unos avezados navegantes que llegaron con sus naves bordeando la costa en navegación de cabotaje. No tardaron en establecer contacto con los nativos y construir un enclave que daría lugar a la actual población de Lepe en un pequeño valle junto al río Piedras. Apenas viajaron por el interior y se limitaron a establecer relaciones comerciales con los nativos. Otros pueblos de intrépidos navegantes arribaron a las costas cercanas. Se sucedieron púnicos (cartagineses) y romanos. Estos últimos vinieron para quedarse y construyeron en los alrededores fábricas de salazones donde producían además la popular "garun", una salsa de pescado muy apreciada.

Las comunidades hispano-romanas y visigóticas que sucedieron a la colonización romana se vieron sorprendidas en el año 711 por la invasión de un ejército árabe de 50.000 hombres que desembarcó en la cercana Cádiz. Durante más de 500 años, las tierras de Labb (que es como denominaban los árabes al actual territorio de Lepe) pertenecieron a la taifa de Niebla. En el siglo XIII, pasa a formar parte de la corona de Castilla, convirtiéndose en villa señorial, y es cedida a la orden del Temple hacia 1253. Disuelta la orden unos 60 años más tarde fue comprado junto con Ayamonte por doña María Coronel, pasando a engrosar los dominios de la casa de los Guzmanes, posteriores señores de Niebla, bajo cuya jurisdicción estuvo hasta mediados del siglo XV. Tras un largo período de querellas familiares, fue cedido junto con Ayamonte y La Redondela por don Juan Alonso de Guzmán, I duque de Medina Sidonia, a su hija doña Teresa de Guzmán como dote de casamiento con don Pedro de Zúñiga, conformándose de este modo el marquesado de Ayamonte, a cuya trayectoria estará unido históricamente Lepe hasta el primer tercio del siglo XIX, al ser abolidos los señoríos jurisdiccionales.En esa época juega un importante papel en el descubrimiento de América. Los marineros leperos tuvieron un gran protagonismo tanto en los viajes descubridores que nuestros vecinos portugueses realizaron por las costas africanas, así como en los viajes colombinos o en las expediciones que se dirigieron hacia esos mismos lugares, como el caso de Juan Díaz de Solís, descubridor del río de la Plata, cuyas embarcaciones se fletaron en el puerto lepero del Terrón. En el siglo XIV estas tierras eran conocidas por su comercio de vinos con Inglaterra. La gran riqueza de estas tierras traspasó fronteras, con el comercio de higos y fresas hacia Europa.

Hoy, en la larga franja de arena de la playa entre Lepe e Isla Cristina, se ha construido una moderna urbanización para el turismo de lujo. A apenas 500 metros desde la línea de playa se ha mantenido en su estado original un parque en el lugar al que antiguamente los lugareños llamaban "Los Cabezos". Los terrenos cercanos, con una pocas fincas dedicadas a una labranza apenas productiva en la zona baja, fueron urbanizados y los barrancos de su parte alta que resultaban inundadas por las lluvias y las mareas altas durante los temporales se conservaron como zona natural atravesados por una pista cementada. En los barrancos de Los Cabezos, entre pinares y monte bajo, asoman piedras en las que podemos leer una historia de flujo y reflujo marino, de dramáticos maremotos y, con un poco de imaginación, retazos de vida de los hombres que la poblaron.


NOTA: Aunque he procurado documentarme en lo posible, estoy seguro de que habré incurrido en errores debido a las prisas y la necesidad de novelar en parte este escrito. Pico perdón por los errores que haya  podido cometer. Si el lector, buen conocedor de la historia, descubre algún error de bulto, le ruego que me lo comunique y lo rectificaré lo antes posible. 

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